Este año Bon V. se hizo amigo de un par de personas extranjeras de un norte bien norte. Sucede que se encaminaba al festejo del cumpleaños de una de éstas, cuando se vio llevando un vino de un precio, digamos, aceptable. Fue en ese momento que sintió una suerte de repulsión hacia si mismo tras recordar que nunca fue de comprar regalos en los cumpleaños, ni aún para sus mejores amigos. Inmediatamente, casi 200 años de historia lo golpearon en una repentina reflexión:

-Mierda, esto de bajarse los lienzos con los del norte se volvió genético.-

Ya en el cumpleaños, y a modo de rebelión, buscó el vino regalado (al que nunca había perdido de vista) y muy sigilosamente lo descorchó con el propósito de que el ruido no avivara a ningún gil. Se sirvió abundantemente, disfrutó como nunca el primer sorbo y una vez que se vio convencido de que se trataba de un buen vino, procedió a encanutar la botella al lado de una de las patas de la mesa para de esa forma disfrutarlo, solo, durante el resto de la velada.

Pasaría mucho tiempo hasta que BV volviera a sentirse tan argentino.

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