B.V. inevitablemente tuvo que ir a hacer compras a una ferretería. Se vistió lo más normalmente posible, entró al local haciendo movimientos duros, confiados, rápidos y precisos, impostó la voz, actuó con soberbia (como afirmando que a él nadie le podría cuestionar nada), y se retiró con una sensación victoriosa, como de haber pasado con honores una prueba de hombres, de "machos".
Más tarde se daría cuenta que el vendedor igual se dio cuenta, le vendió cualquier cosa, y le cobró carísimo.

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