Bon Vivant se dio cuenta que ya no debe aconsejar a amigos en materia de amor.

Sucede que sabe que cuenta con una visión un tanto optimista del hecho, casi idealista. Siempre advierte sobre la fuerza del amor, que hay que jugarse y no calcular, simplemente sentir, y después su propia realidad se encarga de hacerle comer sus palabras sin siquiera un buen vino tinto para que bajen mejor.

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